Apariciones: Línea cronológica

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Apariciones: Primer encuentro
En torno al 12 de noviembre de 1980, Luz Amparo, como todos los días, ha ido a trabajar como empleada doméstica a la casa del matrimonio de Miguel y Julia. Al final de su jornada, ya de noche, vuelve caminando hacia su hogar, también en San Lorenzo de El Escorial. Esta noche se ha dado cuenta de que un «señor» que ha visto frente a sí —alto y bien parecido, vestido de cazadora y pantalón gris—, camina tras sus pasos a unos metros de distancia, sin infundirle temor alguno, como ella misma comentaría después. Su cara le resulta conocida, pero no consigue identificarle. En medio de esta desconcertante situación, se da cuenta de que se ha olvidado coger el dinero del pan del día siguiente para la familia donde trabaja. Vuelve sobre sus pasos, y ese hombre, de aspecto joven, continúa detrás de ella. Al llegar Luz Amparo a la portería del edificio de la calle de Santa Rosa, dicho «señor» se detiene a unos veinte metros de la puerta, junto a un poste de la luz. Nada más llegar, ella se lo cuenta a Marcos Vera, conserje del inmueble y amigo de la familia:
—«¡Qué cosa más rara! Un señor me ha seguido al ir y al volver. Yo le conozco, pero no sé de qué; y es muy guapo».
Inquiere el portero:
—«¿Te ha dicho algo?».
Responde Luz Amparo:
—«¡Si no me dice nada…!».
Cuando Luz Amparo vuelve a salir, Marcos le dice:
—«Te acompaño hasta la esquina».
Pero…, no ven a nadie, y después de unos pasos, añade:
—«¿Ves que eran imaginaciones tuyas? No tengas miedo», y regresa a la portería.
De nuevo sola, sigue caminando. Vuelve la mirada hacia atrás… ¡Ha reaparecido el misterioso personaje!, que se mantiene a corta distancia, silencioso, hasta que Luz Amparo llega al portal de su casa.
Sobre las ocho de la mañana del día siguiente, Luz Amparo se dirige a sus tareas cotidianas. Cuando llega a la calle de Santa Rosa, Marcos se encuentra abriendo el portal del edificio. Ella se acerca y le vuelve a referir que ese «señor» de ayer la ha seguido de nuevo, y que ahora se encuentra parado en la esquina de la calle. Marcos sale corriendo…, pero tampoco ahora ve a nadie. Luz Amparo, sin embargo, le asegura que está viéndole allí, de pie, mirándola…

Calle de El Escorial donde vivía Luz Amparo.
«Por la conversión de los pecadores»
Luz Amparo subió al piso para su trabajo. El matrimonio Miguel y Julia, se hallaban como siempre en Madrid trabajando en su tienda. Ya por la tarde, en la televisión contempló unas imágenes de los niños que morían de hambre en Biafra. Movida a compasión, ofreció por ellos a la Virgen el trabajo de aquella tarde. Se puso a planchar. Al terminar, fue a guardar la ropa en el armario correspondiente. Entonces, oyó una voz serena, y grave, que llenaba la habitación: «Hija, reza por la paz del mundo y por la conversión de los pecadores; que el mundo está en un gran peligro». Como era natural, Luz Amparo se asustó y echó a correr escaleras abajo, dejando abierta la puerta. El conserje la notó muy asustada; y ella, jadeando, le contó a Marcos lo que acaba de sucederle:
—«Marcos, he oído una voz que me ha dicho: “Hija, reza por la paz del mundo y por la conversión de los pecadores; que el mundo está en un gran peligro”».
Estas palabras fueron escuchadas también por la mujer de Marcos y sus hijos, que estaban jugando en la entrada del edificio con los hijos del matrimonio para quien Luz Amparo trabajaba.
El portero entonces le replicó:
—«Pero… bueno, ¿quién te va a decir eso, si dices que no hay nadie?».
Y Luz Amparo le respondió intrigada:
—«Yo que sé; pero yo he oído eso».
La inquietud se va apoderando de Marcos, que afirma:
—«No es posible que haya nadie; pero vamos a mirar».
Subieron a la casa el conserje, su esposa Maricruz y los niños Jesús Miguel y Beatriz. La puerta que Luz Amparo había dejado abierta con las llaves puestas por fuera, para que pudieran entrar los niños, la encontraron cerrada y sin las llaves, lo que obligó al portero a ir a procura de sus llaves. Entraron. Registraron el piso, y no vieron a nadie dentro. En ese momento, Luz Amparo volvió a insistir en cómo alto y claro había escuchado aquella voz. Eso inquietó algo a Marcos pese a su natural valiente; no obstante, regresó en silencio a su quehacer habitual. Luz Amparo y Maricruz, la mujer del portero, oyen cómo alguien –cosa sorprendente– coloca sin más las llaves desaparecidas donde Luz Amparo las había dejado puestas por la parte de fuera de la puerta. Se asoma Maricruz por la mirilla y ve las llaves puesta en la puerta, que el descansillo de la misma vivienda tiene enfrente, y moviéndose como recién puestas. Ella, algo intrigada, y antes de ir a dar la cena a sus hijos, recomendó a Luz Amparo que, si volvía a oír esa voz, le preguntara si era su padre, pues éste había fallecido recientemente.
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«Amaos los unos a los otros»
Y la voz volvió a resonar en los sentidos de Luz Amparo de esta forma:
—«Hija, no tengas miedo».
En ese momento, Luz Amparo vio cómo aquel cuarto se llenaba de luz y se formaba una especie de nube blanca, más luminosa aún, en la que apareció una figura humana. Al fijarse en el rostro, vio que éste coincidía exactamente con el de aquel «doctor de la barba» que le acompañó en 1970, aquella noche del postoperatorio en el “Hospital Clínico”, y con el del mismo personaje que la había seguido por la calle últimamente. Estaba vestido como un médico, tenía una bata blanca como en dicho hospital. Luz Amparo, ante semejante e inesperada visión, comprensivamente nerviosa, se atrevió a preguntar:
—«¿Es mi padre, es mi padre?».
A lo que el misterioso personaje respondió:
—«Sí, hija, soy tu Padre celestial. En esta casa no hay nada de embrujamiento».
(Quien se comunica con ella es Jesucristo, que es nuestro Hermano como hombre y nuestro Padre como Dios).
Luz Amparo comenzó a serenarse y en su espíritu nació la convicción de que lo sucedido en el hospital no había sido efecto de la anestesia, y que se hallaba ante una realidad totalmente insospechada.
El celestial médico continuó hablando, pronunciando estas dulces y misteriosas palabras:
—«Reza por la paz del mundo y por la conversión de los pecadores. Amaos los unos a los otros. Vas a recibir pruebas de dolor».
A Luz Amparo, madre nada menos que de siete hijos, lo primero que se le ocurrió pensar era si alguno de ellos iba a morir. Y a continuación, pasaron por su imaginación otras posibles desgracias. Sin embargo, el miedo le fue desapareciendo por completo, y con toda serenidad preguntó a Beatriz, la niña con quien estaba e hija mayor de Julia y Miguel Martínez:
—«¿Ves tú algo?».
A lo que la niña le contestó con otra pregunta:
i—«¿Qué pasa?».
Y Luz Amparo, por no alarmarla, añadió:
—«No, nada».
Luz Amparo tenía ya la convicción de que la voz que había oído era la de Jesús, a quien había visto en ocasiones anteriores, y que ahora identificaba con la persona que la había seguido por la calle y estuvo con ella en el «Clínico». De nuevo, bajó apresurada a la portería, y al encontrar a Marcos, el portero, se lo explicó todo. El conserje, al no dar crédito a lo que oía, recomendó a Luz Amparo que fuera enseguida a ver al médico. Ella guardó entonces silencio, prometiéndose a sí misma no volver a decir nada a nadie, ante tanta desconfianza como había despertado.
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